Por Luz Araceli Candia
El cerro Dos De Oro es lugar muy bonito de Capiibary. Está rodeado de frondosos árboles y una variada vegetación. Sobre el nombre que lleva se ha tejido la imaginación del pueblo. Algunos dicen que debajo de sus grandes rocas hay oro. Sí, el oro que las familias de Asunción han juntado durante la guerra del 70 y que el Mariscal López, acompañado de las mujeres llamadas “residentas”, ha escondido en una de sus cuevas. Los pobladores del lugar suelen contar estas historias, pero cada vez menos gente las cree. Pero déjame contarte una historia que sucedió allí.
Si visitas el cerro, verás que en una de sus laderas hay una casa muy humilde donde vive un leñador llamado Andrés. Él tiene varios hijos, entre los cuales se distinguía uno de grandes ojos azules y de cabellos rubios muy encrespados. Se llamaba Luis.
Este señor leñador soñaba con dar lo mejor a sus hijos, que puedan asistir en la escuela como los demás niños, pero no sabía cómo hacerlo posible, porque era viudo y lo poco que ganaba gastaba en el pan de cada día.
En la hora de la siesta Luis, el menor de los hermanos, suele ponerse a llorar, porque ya tenía edad para ir a la escuela pero no iba aún. Su padre, el leñador, se ponía muy triste cuando eso pasaba, abrazaba al pequeño y le decía que se duerma, que ya llegará la oportunidad y el momento. En una de esas calurosas siestas de verano, el niño quedó totalmente dormido.
El pobre hombre, como de costumbre tomó su hacha y machete para cortar la leña y se adentró al bosque que rodea al cerro. De pronto, sintió como si alguien lo seguía. Sas, sas, sas, el ruido parecía de unas pisadas humanas. Creyendo que era su hijo, se dio vuelta pero no lo vio. Entonces, decidió regresar a la casa. Mientras regresaba por uno de esos estrechos caminos, fue sorteando las enormes piedras, cuando de repente, creyó ver un niño parecido a Luis, rubio con ojos azules y con una vara en la mano. El leñador pensó que era una broma de su hijo, trató de hablarle pero no le salía la voz, quería abrazarlo y tampoco podía, porque se quedaba sin poderse mover en aquel sitio. Trató de gritar, pero tampoco pudo.
Entonces, el pequeño niño rubio le habló:
- No te asustes, no te haré nada, porque sé que eres un buen hombre
- ¿Quién eres? Preguntó el leñador.
- Jasy Jatere, el duende de las siestas de verano. Nuestro encuentro no será para hacerte daño.
- Entonces, ¿qué quieres de mí?
- Quiero ayudarte a ti y a tus hijos, en especial a Juan Luis.
El hombre seguía sin entender nada. Jasy Jatere volvió a repetir: “No tengas miedo”
- Hay un escondite, una cueva donde se ha guardado muchos tesoros, lo he cuidado por años y voy a compartir contigo este secreto, para que tus hijos y, en especial, Juan Luis pueda estudiar.
El hombre de un momento a otro se puso pálido y no podía creer. ¿Sería aquello una visión o el efecto del calor del sol? ¿Será que estoy mareado?
El niño rubio desapareció hacia una profunda cueva que tiene el cerro Dos de Oro. El leñador siempre pasaba por ahí, pero nunca se animó a entrar, porque el acceso era muy difícil.
Ya estaba por retomar su camino cuando el Jasy Jatere volvió con una caja de metal y colocó a los pies del viejo leñador. El abrió lentamente la caja y… ¡Oh, sorpresa! ¡Eran joyas! Había anillos, pulseras, rosarios, peinetas y todos de oro.
Andrés lloró de la emoción y no lo podía creer. Entonces, Jasy Jatere le dijo:
- Toma y trata de darle siempre lo mejor a tus hijos. Esta es una recompensa por tu honestidad; porque siempre has buscado dar lo mejor a tus hijos con tu humilde trabajo.
En eso, escuchó detrás de él un ruido y se volvió para mirar. Cuando quiso dirigirle una palabra al niño duende, éste desapareció de su vista.
Desde aquel momento Andrés pudo darles una vida mucho más diga a sus hijos, algo con lo que siempre ha soñado. Pero el leñador era consciente que aquello era tan solo una ayuda; por eso, cada vez que vuelve al cerro en busca de leña, sube los peñascos, mira el horizonte a los lejos, buscando aquel niño misterioso; tal vez para agradecerle.
Pocos saben sobre lo que le pasó a Andrés y su familia. Así como pocos saben donde está la cueva con el resto de lo que ocultó allí el Mariscal López. Lo que sí sabemos es que el trabajo honrado y el amor a la familia, vale más que todo el tesoro escondido en el Cerro Dos de Oro.